Directorio para la catequesis, 139

En la dimensión del ser, el catequista se forma para convertirse en testigo de la fe y custodio de la memoria de Dios. La formación ayuda al catequista a reconsiderar su propia acción catequística como una oportunidad de crecimiento humano y cristiano. Sobre la base de una madurez humana inicial, el catequista está llamado a crecer constantemente en un equilibrio emocional, en sentido crítico, en unidad y libertad interior y entablando relaciones que sostengan y enriquezcan la fe. «La verdadera formación alimenta, ante todo, la espiritualidad del propio catequista, de modo que su acción brote, en verdad, del testimonio de su vida». La formación, por lo tanto, refuerza la conciencia misionera del catequista, a través de la interiorización de las exigencias del Reino que Jesús ha manifestado. La tarea formativa de maduración humana, cristiana y misionera requiere un tiempo de acompañamiento porque hay que llegar al corazón que sustenta el hacer de la persona.

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