Otro criterio de la visión cristiana de la vida es la primacía de la gracia. Toda catequesis debe ser «una catequesis de la gracia, pues por la gracia somos salvados, y también por la gracia nuestras obras pueden dar fruto para la vida eterna»(CEE, n. 1697)… Siendo conscientes de que los frutos de la catequesis no dependen de nuestra capacidad de hacer ni de programar, Dios nos pide, a pesar de todo, una verdadera colaboración con su gracia, y nos invita a invertir, en el servicio por el Reino, todos los recursos de inteligencia y de capacitación que necesita la acción catequística.
La formación del catequista comprende diferentes dimensiones. La más profunda se refiere al ser del catequista, incluso antes de empezar a ejercer como tal. La formación, de hecho, le ayuda a madurar como persona, como creyente y como apóstol. Esta dimensión hoy en día es conocida en el sentido de saber estar con, lo que pone de relieve cómo la identidad personal es siempre una identidad relacional. Por otra parte, para que el catequista pueda llevar a cabo su tarea adecuadamente, la formación prestará atención a la dimensión del saber, lo que implica una doble fidelidad al mensaje y a la persona en el contexto en el que esta vive. Por último, dado que la catequesis es un acto comunicativo y educativo, la formación no descuidará la dimensión del saber hacer.
La preocupación del Obispo por la catequesis le pide: a. preocuparse por la catequesis ocupándose directamente de la transmisión del Evangelio y custodiando el depósito de la fe; b. asegurar la inculturación de la fe en el territorio, dando prioridad a una catequesis eficaz; c. elaborar un proyecto global de catequesis que esté al servicio de las necesidades del Pueblo de Dios, en armonía con los planes pastorales diocesanos y con las orientaciones de la Conferencia episcopal; d. suscitar y mantener «una verdadera mística de la catequesis, pero una mística que se encarne en una organización adecuada y eficaz, haciendo uso de las personas, de los medios e instrumentos, así como de los recursos necesarios»; e. velar para que «los catequistas se preparen debidamente para la enseñanza, de suerte que conozcan totalmente la doctrina de la Iglesia y aprendan teórica y prácticamente las leyes psicológicas y las disciplinas pedagógicas» (CD 14); f. supervisar cuidadosamente la calidad de los textos e instrumentos para la catequesis. Al menos en los momentos fuertes del año litúrgico, especialmente durante la Cuaresma, conviene que el Obispo sienta la premura de convocar al Pueblo de Dios en la catedral para impartirle catequesis.
«El Obispo es el primer predicador del Evangelio con la palabra y con el testimonio de vida» y, como primer responsable de la catequesis en la diócesis, tiene la función principal, junto con la predicación, de promover la catequesis y preparar las diversas formas de catequesis necesarias para los fieles según los principios y normas emitidos por la Sede Apostólica. Además de la valiosa colaboración de las delegaciones diocesanas, el Obispo puede contar con la ayuda de expertos en teología, en catequética y en ciencias humanas, así como con centros de formación e investigación en el campo de la catequética.
La fe cristiana es, ante todo, la acogida del amor de Dios revelado en Jesucristo, la adhesión sincera a su persona y la decisión libre de seguirlo. Este sí a Jesucristo implica dos dimensiones: el abandono confiado en Dios (fides qua) y el asentimiento amoroso a todo lo que nos ha revelado (fides quae).
El Secretariado nacional de catequesis hará, en primer lugar, un análisis de la situación de la catequesis en su territorio, valiéndose, para ello, de las investigaciones y de los estudios académicos realizados por los expertos en la materia. Este análisis tiene por objetivo elaborar un proyecto nacional de catequesis y, por lo tanto, se hace necesaria una coordinación de sus actividades con las de otros organismos nacionales de la Conferencia Episcopal. Este proyecto nacional puede consistir, sobre todo, en ofrecer una línea de directrices u orientaciones catequéticas, de instrumentos de carácter reflexivo y orientador, que serán de gran inspiración para la catequesis de las Iglesias locales y pueden constituir un punto de referencia para la formación de los catequistas. Además, a partir de estas orientaciones, el Secretariado de catequesis se encargará de la elaboración de los propios catecismos locales.
Con la Carta apostólica Fides per doctrinara, la competencia sobre la catequesis se confía al Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización, que concede la aprobación requerida por la Sede Apostólica para los catecismos y demás escritos relativos a la instrucción catequística. La aprobación de la Sede Apostólica es necesaria para los siguientes textos: los Catecismos nacionales; los Directorios nacionales para la catequesis o textos similares de igual valor; los Catecismos y los Directorios regionales’, las traducciones del Catecismo de la Iglesia Católica en las lenguas nacionales; los textos escolares nacionales en los territorios donde la enseñanza de la religión católica tiene un valor para la catequesis o donde tales textos son de uso catequístico.
La catequesis apreciará sobre todo la fuerza evangelizadora de las expresiones de la piedad popular, integrándolas y valorándolas en su proceso formativo, y dejándose inspirar por la elocuencia natural de los ritos y signos del pueblo en lo que se refiere a la custodia de la fe y a su transmisión de una generación a otra. En este sentido, muchas prácticas de piedad popular son un camino ya trazado para la catequesis. Además, la catequesis tratará de devolver ciertas manifestaciones de la piedad popular a sus raíces evangélicas, trinitarias, cristológicas y eclesiales, purificándolas de deformaciones o actitudes erróneas y convirtiéndolas en oportunidades para un nuevo compromiso con la vida cristiana. Al interpretar sabiamente los elementos constitutivos de las prácticas devocionales y al reconocer sus preciosos valores, la catequesis muestra su vínculo con la Escritura y la liturgia, especialmente con la Eucaristía dominical. De este modo, dichos elementos conducen a una pertenencia eclesial más sentida, a un auténtico testimonio cotidiano y a una caridad efectiva hacia los pobres.
La catequesis en el mundo de los jóvenes siempre requiere ser renovada, reforzada y realizada dentro del contexto más amplio de la pastoral juvenil. Esta ha de caracterizarse por dinámicas pastorales y relaciónales de escucha, reciprocidad, corresponsabilidad y reconocimiento del protagonismo de los jóvenes. Aunque no hay límites claros y los enfoques típicos de cada cultura son decisivos, es útil distinguir la edad de los jóvenes entre preadolescentes, adolescentes, jóvenes y jóvenes-adultos. Es crucial profundizar en el estudio del mundo juvenil, utilizando las aportaciones de la investigación científica y teniendo en cuenta la situación en los distintos países. Una consideración general se refiere a la cuestión del lenguaje de los jóvenes. Las nuevas generaciones están fuertemente marcadas por los medios de comunicación social y el llamado mundo virtual, que ofrecen oportunidades que las generaciones anteriores no tuvieron, aunque al mismo tiempo puedan presentar riesgos. Es importante considerar que la experiencia de las relaciones mediadas por la tecnología configura la concepción del mundo, la realidad y las relaciones interpersonales. Por ello, en la acción pastoral conviene insistir en la necesidad de una adaptación de la catequesis con jóvenes, traduciendo a su lenguaje el mensaje de Jesús.
El significado del nombre de Jesús, «Dios salva», recuerda que todo lo que se refiere a él trae salvación. La catequesis nunca puede ignorar el Misterio Pascual por el que ha sido concedida la salvación a la humanidad entera, y que además es el fundamento de todos los sacramentos y la fuente de toda gracia. La redención, la justificación, la liberación, la conversión y la filiación divina son aspectos esenciales del gran don de la salvación.
Dentro de la comunidad, el grupo de catequistas tiene un papel particular. En él, junto con los presbíteros, se comparte tanto el caminar en la fe como la experiencia pastoral, se madura la identidad del propio catequista y se conoce e implica uno más en el proyecto de evangelización. La escucha de las necesidades de las personas, el discernimiento pastoral, la preparación concreta, la realización y la evaluación de los itinerarios de fe constituyen los momentos de un laboratorio formativo permanente para cada uno de los catequistas. El grupo de catequistas es el contexto real en el que cada uno puede ser evangelizado continuamente y permanece abierto a nuevas propuestas formativas.
En virtud de la fe y la unción bautismal, en colaboración con el magisterio de Cristo y como servidor de la acción del Espíritu Santo, el catequista es: c. acompañante y educador de quienes le han sido confiados por la Iglesia. El catequista es un experto en el arte del acompañamiento, tiene competencias educativas, sabe escuchar y guiar en el dinamismo de la maduración humana, se hace compañero de viaje con paciencia y con sentido de la gradualidad; dócil a la acción del Espíritu, en un proceso de formación, ayuda a sus hermanos a madurar en la vida cristiana y a caminar hacia Dios. El catequista, experto en humanidad, conoce los gozos y las esperanzas del hombre, sus tristezas y angustias (cf GS 1) y sabe cómo relacionarlas con el Evangelio de Jesús.
En virtud de la fe y la unción bautismal, en colaboración con el magisterio de Cristo y como servidor de la acción del Espíritu Santo, el catequista es: maestro y mistagogo que introduce en el misterio de Dios, revelado en la Pascua de Cristo. Como icono de Jesús Maestro, el catequista tiene la doble tarea de transmitir el contenido de la fe y de conducir al misterio de la misma. El catequista está llamado a abrir a la verdad sobre el hombre y sobre su vocación última, comunicando el conocimiento de Cristo; y, al mismo tiempo, introducir en las diversas dimensiones de la vida cristiana, desvelando los misterios de la salvación contenidos en el depósito de la fe y actualizados en la liturgia de la Iglesia.
En virtud de la fe y la unción bautismal, en colaboración con el magisterio de Cristo y como servidor de la acción del Espíritu Santo, el catequista es: a. testigo de la fe y custodio de la memoria de Dios. Al experimentar la bondad y la verdad del Evangelio en su encuentro con la persona de Jesús, el catequista custodia, alimenta y da testimonio de la vida nueva que de él deriva y se convierte en un signo para los demás. La fe contiene la memoria de la historia de Dios con la humanidad. Custodiar esta memoria, despertarla en los demás y ponerla al servicio del anuncio es la vocación específica del catequista. El testimonio de vida es necesario para la credibilidad de la misión. Reconociendo su propia fragilidad ante la misericordia de Dios, el catequista nunca deja de ser un signo de esperanza para sus hermanos.
Los elementos que la catequesis, como eco del kerigma, está invitada a realzar son: el sentido de propuesta; el estilo narrativo, afectivo y existencial; la dimensión testimonial de la fe; la actitud relacional y el carácter salvífico.
Del mandato misionero del Resucitado surgen los verbos de la evangelización, relacionados íntimamente entre sí: «proclamad» (Mc16,15), «haced discípulos bautizando y enseñando» (Mt 28, 19-20), «sed testigos» (Hch 1,8), «haced esto en memoria mía» (Lc 22, 19), «amaos los unos a los otros» (Jn 15, 12).
El Código de Derecho Canónico establece que «en el seno de la Conferencia episcopal puede constituirse un departamento catequético, cuya tarea principal será la de ayudar a cada diócesis en materia de catequesis» (CIC c.775§3), una realidad que ya está consolidada en casi todo el mundo… El Secretariado nacional de catequesis (o Centro nacional de catequesis) es, por lo tanto, un organismo que está al servicio de las diócesis del propio territorio.
Un catecismo local deberá presentar la fe en referencia a la cultura en la que están inmersos sus destinatarios. Es importante estar atentos a la forma concreta de vivir la fe en una determinada sociedad. El catecismo incorporará, pues, todas aquellas «expresiones originales de vida, de celebración y de pensamiento cristianos» (CT, n. 53), nacidas de su propia tradición cultural y fruto del trabajo y de la inculturación de la Iglesia local. Un catecismo local deberá poner atención para que el misterio cristiano sea presentado de modo coherente con la mentalidad y con la edad del sujeto, teniendo en cuenta las experiencias fundamentales de su vida y atento al dinamismo de crecimiento propio de cada persona. El catecismo, por tanto, será un instrumento adecuado para favorecer los itinerarios de formación, apoyando a los catequistas en el arte de acompañar a los creyentes hacia la madurez de la vida cristiana.
La catequesis que se desarrolla en el contexto de las culturas locales tradicionales estará particularmente atenta, en primer lugar, a conocer a las personas con las que se entabla un diálogo sincero y paciente, y tratará de examinar estas culturas a la luz del Evangelio para descubrir la acción del Espíritu: «Allí hay que reconocer mucho más que unas semillas del Verbo, ya que se trata de una auténtica fe católica con modos propios de expresión y de pertenencia a la Iglesia» (EG, n. 68). Por último, dado que toda expresión cultural, así como todo grupo social, necesita purificación y maduración, la catequesis sabrá manifestar la plenitud y la novedad del Señor Jesús, que sana y libera de debilidades y deformaciones.
Gracias a la mediación eclesial, los jóvenes podrán descubrir el amor personal del Padre y la compañía de Jesucristo, y vivir esta época de la vida, particularmente «idónea para los grandes ideales, para generosos heroísmos, para las exigencias de pensamiento y acción».
La catequesis y la liturgia, recogiendo la fe de los Padres de la Iglesia, han configurado un modo peculiar de leer e interpretar las Escrituras, que aún hoy conserva un valor iluminador. Se caracteriza por una presentación unitaria de la persona de Jesús a través de sus misterios (cf. CEE, nn. 512ss), es decir, según los principales acontecimientos de su vida, entendidos en su auténtico significado teológico y espiritual. Estos misterios se celebran en las diferentes fiestas del año litúrgico y están representados en los ciclos iconográficos, retablos y pórticos que adornan muchas iglesias. En esta presentación de la persona de Jesús, el dato bíblico y la Tradición de la Iglesia se unen: es una forma de leer la Sagrada Escritura particularmente interesante para la catequesis. La catequesis y la liturgia nunca se han limitado a la lectura de los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento por separado, sino que su lectura conjunta ha mostrado cómo únicamente una lectura tipológica de la Sagrada Escritura puede captar plenamente el significado de los acontecimientos y los textos que narra la singular historia de la salvación. Esta lectura indica a la catequesis un camino permanente, que hoy sigue siendo muy actual, y que permite a los que crecen en la fe comprender que nada de la antigua alianza se pierde con Cristo, y que en él todo encuentra su cumplimiento.
El lugar por excelencia para la formación del catequista es, por tanto, la comunidad cristiana, que en la variedad de sus carismas y ministerios, es el ambiente ordinario en el que se aprende y se vive la vida de la fe.
El catequista es un cristiano que recibe la llamada particular de Dios que, acogida en la fe, le capacita para el servicio de la transmisión de la fe y para la tarea de iniciar en la vida cristiana. Las causas inmediatas por las que un catequista es llamado a servir a la Palabra de Dios son muy variadas y todas son mediaciones que Dios, a través de la Iglesia, utiliza para llamarlo a su servicio. Gracias a esta llamada, al catequista se le hace partícipe de la misión de Jesús que conduce a sus discípulos a entrar en relación filial con el Padre. Pero el verdadero protagonista de toda auténtica catequesis es el Espíritu Santo que, a través de la profunda unión que el catequista mantiene con Jesucristo, hace eficaces los esfuerzos humanos en la actividad catequística. Esta actividad se realiza en el seno de la Iglesia: el catequista es testigo de su Tradición viva y mediador que facilita la inserción de los nuevos discípulos de Cristo en su Cuerpo eclesial.
Esta exigencia, a la que actualmente debe responder la Iglesia, pone de relieve la necesidad de una catequesis que, de modo coherente, puede denominarse kerigmática, es decir, una catequesis que sea una «profundización del kerigma, que se va haciendo carne cada vez más y mejor». La catequesis -que no siempre se puede distinguir del primer anuncio- está llamada a ser ante todo un anuncio de la fe y no debe delegar en las demás acciones eclesiales la tarea de ayudar a descubrir la belleza del Evangelio. Es fundamental que sea, precisamente a través de la catequesis, que cada persona descubra que vale la pena creer. De este modo, ya no se reduce a ser un momento de crecimiento de la fe más armonioso, sino que ayuda a generar la propia fe y permite descubrir su grandeza y credibilidad. Por tanto, el anuncio no puede ser considerado solo como la primera etapa de la fe, previa a la catequesis, sino más bien la dimensión constitutiva de cada momento de la catequesis.
La evangelización es, por tanto, una «realidad rica, compleja y dinámica» (EN, n. 17) y en su desarrollo integra diferentes elementos: testimonio y anuncio, palabra y sacramento, cambio interior y transformación social. Todas estas acciones son complementarias y se enriquecen mutuamente. La Iglesia, siempre dócil al Espíritu Santo, continúa cumplimendo su misión con una inmensa variedad de experiencias de anuncio.
El anuncio y la transmisión del Evangelio para el sucesor de Pedro, junto con el Colegio episcopal, es su tarea fundamental. El romano pontífice, además de otras enseñanzas y homilías, ejerce esta tarea, también, mediante sus catequesis.