Directorio para la catequesis, 257

Hoy en día la condición del adulto es particularmente compleja. Respecto al pasado, esta etapa de la vida ya no es entendida como un período de estabilidad, sino como un proceso continuo de reestructuración, que tiene en cuenta la evolución de la sensibilidad personal, el entramado de relaciones, la responsabilidad a la que está llamada la persona. En este dinamismo vivo en el que se insertan los factores familiares, culturales y sociales, el adulto reformula continuamente su propia identidad, reaccionando de forma creativa ante los distintos momentos de transición que va viviendo. La dinámica del devenir o hacerse adultos también afecta inevitablemente, a la dimensión religiosa, ya que el acto de fe es un proceso interior íntimamente ligado a su personalidad. De hecho, en las etapas de la edad adulta, la fe misma está llamada a tomar diferentes formas, a evolucionar y madurar para que sea una respuesta auténtica y continua a los desafíos de la vida. Por tanto, cualquier posible camino de fe con los adultos requiere que las experiencias de la vida no solo se tengan en cuenta, sino que sean releídas a la luz de la fe como una oportunidad y, por consiguiente, se integren en el propio proceso de formación.


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