¡Llegan las Águilas! – El Señor de los Anillos
De pronto, como despertado por una visión súbita, Gandalf se estremeció; y volviendo la cabeza miró hacia el norte, donde el cielo estaba pálido y luminoso. Entonces levantó las manos y gritó con una voz poderosa que resonó por encima del estrépito:
– ¡Llegan las Águilas!
Y muchas voces respondieron, gritando:
– ¡Llegan las Águilas! ¡Llegan las Águilas!
Los de Mordor levantaron la vista, preguntándose qué podía significar aquella señal.
Y vieron venir a Gwaihir el Señor de los Vientos, y a su hermano Landroval, las más grandes de todas las Águilas del Norte, los descendientes más poderosos del viejo Thorondor, aquel que en los tiempos en que la Tierra Media era joven, construía sus nidos en los picos inaccesibles de las Montañas Circundantes. Detrás de las águilas, rápidas como un viento creciente, llegaban en largas hileras todos los vasallos de las montañas del Norte. Y desplomándose desde las altas regiones del aire, se lanzaron sobre los Nazgûl, y el batir de las grandes alas era como el rugido de un huracán.
Mientras escucho “The Eagles”, de la B.S.O. de El Señor de los Anillos, me preparo para presentaros estas líneas en torno a uno de los pasajes más encantadores y liberadores de la gran obra que le hizo a J.R.R. Tolkien, su autor católico, ser recordado como uno de los grandes maestros de la literatura universal.
Me refiero, en concreto, a la llegada de las águilas en “El Campo de Cormallen” (El Retorno del Rey; Libro Sexto; Capítulo 3), en la dura batalla entre los Capitanes del Oeste y los ejércitos de Mordor, que parecía más que perdida.
Es imposible no rememorar, después de leer este fragmento épico, la imagen de las águilas en la Sagrada Escritura: “Habitaré siempre en tu morada, refugiado al amparo de tus alas” (Sal 61, 5b); “porque fuiste mi auxilio, y a la sombra de tus alas canto con júbilo” (Sal 63, 8b); “Te cubrirá con sus plumas, bajo sus alas te refugiarás” (Sal 91, 4). De esta manera, podemos decir que el recurso a las águilas, es para nosotros una bella evocación de un Dios protector.
¿Quién no se ha sentido en algún momento de su vida perdido, acabado, sin salida…? Sólo si hemos podido tener los sentidos bien despiertos, hemos podido experimentar la presencia de un Dios que ha querido salvarnos; y no hablo de una curación milagrosa, ni de una eliminación mágica de todos los elementos adversos que aquejan nuestras vidas… sino de una presencia amorosa que vale mucho más que todo eso, y que te hace sentir querido, cuidado, protegido.
Por eso, en tantos momentos de mi existencia, que puedo decir sublimes y transcendentales, por esas personas que Dios ha puesto en mi camino, por las circunstancias que me ha hecho vivir, puedo decir que yo también las he visto: ¡Llegan las Águilas! ¡Llegan las Águilas! Y he podido dar gloria al Señor de mi vida.
Antonio Jiménez Amor
Delegado Episcopal de Catequesis
Parroco de San Pío X de Murcia